sábado, 27 de enero de 2007

Hace un tiempo, en un pais cualquiera

Hace un tiempo en un país cualquiera, siempre llovía. Hace un tiempo en un país cualquiera nunca salía el sol. La gente iba por las calles con sus gabardinas y paraguas, con la mirada perdida en el suelo, fijándose en no pisar ningún charco para tratar de no empaparse los zapatos. Jamás levantaban los ojos. De vez en cuando uno de ellos lo hacía. Miraba a los demás. Les desafiaba con la vista a que ellos hicieran lo mismo. Pero los otros se sentían incómodos. No les gustaba mirar al resto a la cara. Nunca lo habían hecho y si alguien lo hacía se sentían incómodos, de manera que persistían en su aptitud, hasta que conseguían que el otro cejase en su empeño.
De repente, un día notaron algo. Uno de aquellos de mirada inquisitoria, uno de aquellos con los que su paraguas tropezaba, ya no estaba allí. Ya no sentían sus dos ojos clavados en ellos. Ya no tenían problemas para pasar por aquella esquina, cuando se encontraban. Todo seguía igual de gris y mojado que siempre, pero uno de ellos ya no les incomodaba. Y se dieron cuenta que le echaban de menos. Que necesitaban aquella mirada que les hacía sentir incómodos, porque al menos, entonces, sabían que estaban vivos. Ahora se sentían vacíos. Ya no les sacudían la conciencia.
Entonces, algo ocurrió. De repente, como sacudidos por un relámpago, todos tiraron sus paraguas y se despojaron de su gabardina. No les importó desafiar la lluvia y empaparse. No les importó que el resto les mirase a la cara. Ya nadie se sentía incómodo, porque nadie quería ocultarse. Y empezaron a ver al compañero del trabajo, al amigo, a aquellos con los que se cruzaban cada día por la calle.
Día a día, empezó a llover menos. Nunca dejó de llover, pero el aguacero no era tan intenso. Las nubes se iban haciendo día a día más finas, menos negras. De vez en cuando se veía el sol y los claros se hacían cada vez mayores.
Al cabo de un tiempo, cuando la gente creía que algún día dejarían de mojarse definitivamente, vieron algo que les inquietó. Había alguien nuevo. Llevaba gabardina y paraguas. No le molestaba la lluvia, pero prefería que nadie le viera la cara cuando iba por la calle. Iba siempre con la mirada clavada en el suelo, como avergonzado. Y todos aquellos que, antaño, se habían despojado de sus pesados ropajes, volvieron a esconderse bajo los paraguas. La lluvia volvía a molestarles, y la mirada de la gente volvía a incomodarles.
Hace un tiempo, en un país cualquiera, alguien, lleno de dolor, creó esta canción, en honor, a aquel, que un día, que dejó de pasear por sus calles. Hoy, la pongo aquí, para que en ese país cualquiera, se vuelvan a quitar los paraguas y las gabardinas y la gente, desafíe a la lluvia y se mire de nuevo a la cara:


Aquel día amenazaba más tormenta y la tormenta no se hizo de rogar;
aunque más de uno creyera en los milagros,el que más y el que menos no sabía que apostar.
Porque el tiempo es el tiempo y él decide
cómo, dónde y cuándo quiere descargar;
y a las cuatro cayeron dos rayos segando de cuajo otro árbol más.
Y cayó hasta calarnos los huesos,
y cayó fría y sin compasión,
una lluvia violenta y salvaje
hasta hacernos dudar de si existe Dios.
Y cayó hasta calarnos los huesos,
como pernos de vía de tren,
una lluvia violenta y salvaje
hiriendo la carne, abollando la piel.
Y fundidos de rabia, impotentes,
miramos al cielo queriendo entender,
por qué este brutal aguacero,
porqué los dos rayos,algo no va bien.
Y si no hay nadie que pueda detener
la tormenta que nos moja sin parar,
usaremos nuestra fuerza,
tanto si está mal o bien,
para estar secos por siempre de una vez.
Cometimos el error de imaginar
que algún día todo esto tendrá fin,
pero aquí nunca es domingo,
siempre cae más de lo mismo,
porque el tiempo es dueño de la tempestad.
Y es posible que mañana sea igual,
ya veremos quién deja de existir,
porque un árbol vale tanto como el precio de su hacha.
Hoy es lunes, mes de octubre, en mi país,
hoy es lunes, mes de octubre, en mi país.

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